La comunidad de Santa Catarina Juquila, se fundó en el año de 1272. Según textos antiguos, los primeros habitantes vinieron de la región de la mixteca, quienes se establecieron a las orillas de un caudaloso río que les proporcionaba las condiciones apropiadas para un buen desarrollo empezando a poblar lo que en la actualidad es Juquila. En 1725 por su importancia religioso – turística se le dio la categoría de cabecera municipal y distrito político.
De acuerdo con anécdotas de los abuelos y de diversas historias Juquila fue una jurisdicción de vasallaje de Tututepec, en 1526. Con la llegada de Fray Jordán de Santa Catalina, aún pueblo de nombre Amialtepec, quien durante su estancia ocupó los servicios de un humilde campesino, a quien educó religiosamente.
Cuando llegó el momento de que Fray Jordán regresara a su lugar de origen y tenía que pagarle al humilde campesino le regaló en recompensa una imagen de la Purísima Concepción (la cual fue tallada en España), advirtiéndole que tenía que venerarla como le había enseñado, la imagen fue colocada en el jacal del humilde campesino, cuentan que un día el jacal se incendió y se redujo a cenizas, presentando la imagen solo ligeras quemaduras posteriormente acontecieron diversos milagros de los cuales se enteraron los pueblos circunvecinos y así fue como habitantes de Juquila se organizaron para trasladar la imagen a su comunidad. Así es como se inicia el nacimiento de un pueblo religioso, hasta llegar a la construcción del santuario donde actualmente se continúa venerando esta imagen, realizando sus festividades y actos religiosos el 8 de diciembre.
La virgen de Juquila en la Historia
Por haber comenzado a darse culto en este tiempo a la virgen de Juquila, se hace necesario tejer su historia de bastante interés para el pueblo Oaxaqueño. Con el nombre de Juquila se conoce la pequeña imagen de la madre de Dios, generalmente venerada y visitada desde entonces año por año, por miles de devotos. Tiene una tercia de vara (30 centímetros) y el grueso de 2 dedos (85 centímetros), viste una túnica sobre la que cae el manto que se desprende de los hombros y se tercia airosamente bajo el brazo izquierdo. El cabello se extiende sobre el ropaje, las manos están unidas ante el pecho, y los ojos modestamente inclinados.
Perteneció primeramente a Fray Jordán de Santa Catalina, pasando luego por donación de este religioso al poder de un indio natural de Amialtepec, piadoso y gran devoto de María. Los vecinos de Amialtepec, donde la llevó su nuevo dueño cobraron a la imagen singular afecto visitándola con frecuencia e invocándola en sus necesidades Sin duda aquellas peticiones fueron bien acogidas por la reina de los cielos, pues se contaban maravillas obradas por su intercesión, y tanto, que pronto la fama voló por los pueblos circunvecinos y aún llegó a lugares distintos de donde partían devotos peregrinos para visitar el jacal de Amialtepec que guardaba la santa imagen.
La noticia de tales acontecimientos llegó al cura del lugar, don Jacinto Escudero, persona instruida y sensata, quien para evitar abusos fáciles de cometer con pretextos de devoción en una casa privada lejos de la vigilancia de los sacerdotes, venciendo la resistencia del propietario de la sagrada imagen la trasladó al templo. Ahí la devoción creció y los peregrinos aumentaron considerablemente.
Corría el año de 1633 cuando llegó el invierno, los indios pusieron fuego a la hierba seca del monte, como es costumbre entre ellos, para lograr en la primavera pasto verde para los ganados, esta vez, el fuego cundió rápidamente y ayudado del viento, muy en breve hizo presa de los jacales de Amialtepec, los habitantes huyeron y desde un crestón cercano de su montaña vieron sus casas devoradas por las llamas, y el templo mismo en donde estaba la imagen de la virgen, por el voraz incendio, templos y casas desaparecieron, pasado el peligro, y repuestos los indios del susto, al volver sobre el ennegrecido suelo para recoger lo que de sus cosas hubiese perdonado el fuego, vieron con sorpresa que era en efecto un montón de cenizas, pero que sobre esta quedaba entera, con sus vestidos intactos y aunque ligeramente ahumada, la imagen de María.
De ese acontecimiento quedó memoria en un cuadro que el doctor Manuel Ruiz de Cervantes asegura haber visto en que estaba pintado el incendio con esta descripción: Milagrosa imagen de nuestra señora de Amialtepec, en donde quemándose toda la iglesia y el altar en que estaba colocada, pasado el incendio se haya sobre las cenizas del templo, sin quemarse ni aún el vestido.
El padre, maestro, Nicolás Arrazola, persona docta que escribió sobre el caso dice que el hecho está autentico y en comprobación de él cita los párrocos de aquel lugar, Escudero, ya mencionaba y Casaus que fue después penitenciario de Oaxaca: a los señores Patricio Carmona José, Santos Ofendi y Antonio Ayuro, recomendaba por su buen juicio y acertado criterio, y en fin, el acuerdo y uniformidad de cuantos presenciaron el acontecimiento que unánimes lo expusieron como se ha referido, bajo la fe del juramento, en el expediente que se instruyó al efecto como constan los documentos antiguos que el mismo Arrazolo leyó y tuvo en su poder. Aquel suceso causó viva, sensación en Oaxaca, cooperando en buena parte a conmover los ánimos el párroco Escudero con sus consultas dirigidas a las personas más caracterizadas y doctas de la ciudad.
Muchos de los vecinos de esta ciudad, de los pueblos inmediatos y aún de las más lejanas montañas de Oaxaca, desde luego se pusieron en marcha hacia el pueblo de Amialtepec, resueltos a ver por sí mismos las señales del prodigio que se contaba. No debe de haberse arrepentido de su viaje, pues desde entonces comenzó para continuar hasta nuestros días la anual peregrinación de los oaxaqueños que desde fines de noviembre salen de todas partes a millares, dirigiendo sus pasos al pueblo de Juquila, llevando en su corazón la segura confianza de que sus males desaparecerán en la presencia de la sagrada imagen.
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