Esta población no posee fundo legal por donación como la mayoría de las del estado; es por decirlo así, una colonia establecida por adquisición a título de compra-venta por la inmigración de familias de muchos lugares circunvecinos y lejanos que vinieron en pos de las utilidades que consideraron obtener en un suelo de por si recomendable, después de disecado. Carece por ésta circunstancia de un nombre oficial decretado por las autoridades superiores a quienes las leyes delegaban la facultad de imponérselo.
Puede decirse ahora que su extensión es ilimitada dentro de la jurisdicción de la Villa de Zimatlán; pero en cantidad sobreabundante, merced a la laboriosidad de los vecinos colonos que no han omitido sacrificio y esfuerzo alguno para conseguir el ensanchamiento y expansión que hoy disfrutan por concepto de propiedades.
Según la tradición y algunos apuntes o escritos antiguos que conservan personas de reconocido crédito, el advenimiento de los primeros moradores de la Ciénega, después de consumada la conquista de la Nueva España y vinculados los derechos de propiedad a la Corona de Castilla de todas las tierras descubiertas en la comprensión que le señaló el Papa Alejandro VI, por el entonces conocido derecho de Conquista de pueblos infieles y por lo mismo, repartido el territorio entre los favorecidos de la Corte.
Dice así: En el año de 1730, vivía en 'Sagoba' (en zapoteco significa, hermana, retrato o reflejo del cielo, sitio conocido actualmente con el nombre de la Laguna) un señor de origen español, noble cacique que se llamó Don Carlos Lavariega. En ese lugar ostentaba dicho señor las exigencias de su alcurnia y las comodidades de su estirpe en la vida civil, y favorecido por el gobierno colonial con la posesión de ese sitio, cuya labor no le era bonancible por las represas de agua que contenía en su mayor extensión y predios circunvecinos, proyectó y llevó a la práctica el desagüe de la laguna y aun de todos estos contornos que en otro tiempo fueron verdadera Ciénega, solicitando al efecto del Corregidor de Provincia de Antequera, la contingencia de los presidiarios que por entonces extinguían sus penas por delitos comunes en la capital, para proceder a la excavación de una zanja que bien trazada por los declives del terreno, llevaría las aguas estancadas que le tenían inculto al cercano Río Atoyac en pos de corriente con el loable y meritísimo propósito de convertir en campo cultivable el que ante sus ojos no era más que terreno ocioso y enfangado.
Consiguió su objeto, pues vinieron los presidiarios y con ello construyó la zanja que actualmente se conoce con el nombre de 'Zanja de Celaya' y mide aproximadamente cuatro kilómetros, desde su nacimiento hasta su desembocadura en dicho río. Esta zanja que en un principio presto inestimables servicios sin interrupción, se encuentra hoy enzólvala tanto por no ha habérsele mantenido su alineamiento como por haberle aumentado su caudal las aguas torrenciales del Río de Tlanichico que en años recientes, desviándose de su cauce, se internó a una parte del camino nacional hasta arrojarle sus aguas.
Una de las principales causas de su ensolve, y que no podemos ocultar, es la diversidad de opiniones de los propietarios que la limitan en sus dos extremos y es de lamentarse que así continúe esa obra cuyo piso sintió el roce de los grilletes o cadenas que en otros tiempos completaban la acción penal de la justicia sobre los delincuentes, y absorbió tal vez, las lagrimas de arrepentimiento o las gotas de sangre que los hierros hacían brotar de los encadenados pies; y pide en la actualidad su inmediata reparación que quizá se consiga mediante el esfuerzo de algunos propietarios que ya se la procuran.
Pues bien, dícese que los reclusos todos pertenecían a la clase indígena, ignoraban el castellano, hablaban el idioma chatino unos y otros el zapoteco; y como es natural que hasta entre los presos haya quien mande, con ellos vino uno oriundo de Magdalena Huixtepec, cuyo nombre se ignora. Tenía este alguna preponderancia sobre los reos, sus compañeros, y como aprendiera a hablar en poco tiempo el castellano, con el se entendía el cacique en todo lo relativo al Gobierno y cuidado de los cumplientes. El dueño español, naturalmente no comprendía los dialectos e idiomas de sus servidores y se valía del indio de Magdalena para cerciorarse del tema de las conversaciones y pláticas que entablaban aquellos hombres y este religiosamente le informaba de ello, valiéndole las consideraciones de aquel señor y la gracia de vivir con él y su familia dentro del radio de su domicilio y en colindancia con otro noble español Sr. Lic. Garrido que habitaba en el paraje denominado las Animas, hacia el Sur de la Laguna.
Terminó el trabajo, del que nadie da cuenta del tiempo que haya durado. Los presos regresaron a su reclusión, y solo quedó con el Sr. Lavariega el intérprete de Magdalena que estaba por extinguir su condena.
El desague fue un hecho y su consecuencia inmediata la disección de los terrenos todos, hasta los que hoy se denominan Gulalea (buscó la salida del cerco) y las aguas que año con año venían de las lomas de Guía-Xóchitl (cerro de flores) encontraron paso para caer directamente al Atoyac, como fue el propósito del Señor Cacique.
Se cuenta que durante las labores de excavación a estos presos los alimentó el gobierno con tacos de chapulines y su bule de agua; cuando terminaron de hacer la zanja muchos presos alcanzaron su libertad y como les gustó el lugar empezaron a poblar el terreno por un costado de donde actualmente se encuentra la iglesia, dentro de estos pobladores había uno que hablaba el castellano y adoptó el apellido de Castellanos, junto con él había uno de apellido Toledo, otro de apellido León, Rendón, Ojeda, Celaya, Sánchez y Sumano; estas personas venían de distintos lugares y comenzaron a construir sus casas con carrizo, con el techo de dos aguas hecho con cogollo de caña; después el carrizo fue sustituido por adobe, estas casas eran de techo de zacate de caña, las enjaulaban, se tejían, se ponían tijeras, todos los vecinos ayudaban al dueño de la casa, para esto los vecinos se ponían de acuerdo para ayudarse unos a otros en la construcción de sus jacales.
Usaban petates para dormir ya que no había camas. Se alumbraban con ocote porque no había petróleo. Había vitrolas de cuerda en lugar de grabadoras o tocadiscos. La ropa la lavaban con cáscaras de pipe y amole. No había roperos, había cajas de madera de cedro que tenían unos huecos llamados concierto. Los pobladores empezaron a aumentar. Con el paso del tiempo los pobladores empezaron a cultivar la caña blanca; en las casas empezaron a sembrar cercas de nopalpara cultivar la grana o cochinilla la cual se utilizaba para teñir la ropa. En la población había mucho agua, en varios lugares había pequeños veneros de esta. La primera presidencia la construyó Don Arturo Castellanos, esta presidencia era de adobe; Felipe Rendón estuvo de presidente cuando se reconstruyó, después de que ésta y la oficina de correos fueron parcialmente destruidas por el temblor de 1931.
Según una entrevista hecha por Kathleen M. McIntyre a Jesús Sánchez Mendoza Regidor de Educación, que en propias palabras expresó:
'...los convictos estaban construyendo un canal y un sistema de drenaje durante el siglo XVIII. Por su trabajo en el canal, los convictos alcanzaron su libertad más rápido. Viendo la fertilidad del terreno y la abundancia de agua, los ex-convictos formaron el pueblo. Hoy la mayoría de las familias en la Ciénega llevan los apellidos: Castellanos, Ojeda, Celaya y Sánchez'.
El pueblo en sus orígenes
El tipo de vestimenta de estos pobladores era muy pobre; las telas que usaban era manta lisa del numero 40 (crea o charme)Las mujeres usaban nagüas de manta lisa bien tableada hasta el tobillo o hasta arrastrarles, las nagüas llevaban dos o tres listones de colores en la parte de abajo como adorno, usaban refajo, también usaban camisa de cajón bordadas de lomillo y tejido cambalache, una mascada en 'v' amarrada con el refajo, se peinaban de trenzas.
Los señores usaban calzón de manta, camisa de abajo con tela rallada, y su camisa de arriba, sombrero, huaraches; las mujeres y los niños andaban descalzos. Las niñas usaban camisa de cajón con bordado de lomillo, no usaban sostén, usaban un corsé con varillas a los lados, esto era para que no se les notaran los pechos, lo cual tuvo consecuencias ya que al pasar a ser señoras ocasionó que sus senos se les colgaran, usaban falda y debajo de ellas un refajo así como también un ceñidor. Los niños usaban calzón de manta y camisa. Los hombres un tipo de pantalón que era cachirulo (de dos forros)
Las mujeres cuando tenían su menstruación usaban pedazos de tela (burritos), después de cada uso los lavaban por la noche para no ser vistas por los familiares y los guardaban para su próxima menstruación.
Las señoras cocinaban en braceros al ras del piso y se hincaban en el suelo, tal vez esa es la razón de que las señoras sufran reumas. Usaban planchas de fierro y tenían que calentarlas en el carbón.
Árboles de la Placita
Los árboles que están en la placita fueron donados por diferentes personas en diferentes años, se supone que el más viejo de todos es el cocal (palmar o dátil) que según dicen muchos que desde que tienen conciencia el dátil ya estaba ahí, este árbol fue donado por un señor que vino de Pochutla, el Sabino que está enfrente del señor Jorge Concha y dos ceibas que se secaron aproximadamente por los años de 1890-1900. El laurel de la india sembrado en 1933 y cuidado por las niñas de la escuela. El señor Cenobio Ramírez los regaló excepto el higo grande que lo dio la señora Melesia, sembrado por Pedro Martínez alias el catalán. El higo de la iglesia nació en un huamuche.
El eucalipto por el señor Cenobio Ramírez y el señor Ramón Castellanos lo cercó con piñuela y lo regaba.
El señor Felipe Sánchez sembró todos los árboles que están en el Panteón. Algunos árboles de la comunidad tienen mucha historia son tan viejos que se presume tienen más de cien años e incluso plantas han dado nombre a varias calles.
Calles
Los rosalitos: Se debe su nombre a que ahí había muchos sauces de ellos colgaban racimos de pequeñas rositas blancas y a los pies también crecían monarcillo rojo y blanco, rosales y fresnos, en medio de la calle corría un arroyo que llevaba peces dicen que tal vez las semillas de los rosales las traía el agua.
Camino Real: Se dice que por ahí pasó un rey que iba sembrando higo por el camino, uno de ellos es el higo de los tepacheros y el panteón, es la causa por la cual se le conoce a la calle nacional como Camino Real.
La calles del Sabino, El camino del Higuito y muchas otras calles con historia como: Calle Benito Juárez: esta calle lleva este nombre debido a que en ese entonces el presidente Benito Juárez paso por ahí a inaugurar el pueblo de San José Gelatova.
Esquina del Agua: a esta esquina se le dice así porque en la calle de Zaragoza nacía agua y también había peces. El puente que está rumbo a Zaachila lo construyó Luis Reyes y Agustín Celaya entre otras personas y con ayuda de las camionetas que pasan por ahí, era como un pantano.
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