La palabra Calimaya se compone de los radicales calli, "??casa"?; máitl, "??trabajar con las manos"? y tiene terminación verbal yan que transformada a máitl, "??mano"?, es un verbo sinónimo de yan, y quiere decir "??hacer algo exteriormente"?. La etimología probable es "??lugar en que se construyen casas"? o "??en donde hay albañiles"?.
El arqueólogo Piña Chan afirma que Teotenango fue fundada alrededor del año 800 de nuestra era; de este dato podemos deducir que Calimaya y Tepemaxalco, en tanto pueblos habitados por indios matlatzincas, nacieron en esa fecha, aproximadamente. Lo cierto es que cuando los aztecas conquistaron a los matlatzincas del Valle de Toluca, en 1472, los pueblos calimayenses tenían mucho tiempo de existir. Aseguramos esto porque las fuentes históricas las citan entre las poblaciones matlatzincas que fueron sojuzgadas por Axayácatl y además porque aparecen en el Códice Mendocino entre los pueblos matlatzincas que pagaron el tributo a los aztecas a partir de 1472.
Calimaya y Tepemaxalco, como parte de un mismo territorio, tuvieron una población indígena mayoritariamente matlatzinca y, coexistía con mexicanos, otomíes y mazahuas. Esta convivencia de grupos indígenas dentro del territorio municipal, fue importante y se reflejó, en las manifestaciones culturales y en la vida cotidiana en la diversidad lingüística, los sistemas de almacenamiento de granos y los sistemas de cultivo.
Gonzalo de Sandoval fue quien en 1521 logró pacificar y conquistar la región. En su lugar se impuso la autoridad española. En 1528 ordenó el rey de España que los indios de Calimaya y Tepemaxalco pagaran un tributo a Hernán Cortés en trabajo y en productos cultivados, es decir, bajo encomienda.
Al poco tiempo, Hernán Cortés obsequió su derecho de ser encomendero de Calimaya y Tepemaxalco a don Juan Gutiérrez Altamirano, su primo hermano y compañero en la conquista de la Nueva España, a quien se le pagó tributo hasta 1530, fecha en la que cometió un delito ante los juzgados españoles. Por esta causa, Calimaya, Tepemaxalco y sus pueblos sujetos fueron encomendados a Cristóbal Cisneros y a Alonso de Ávila, pero el 14 de julio de 1531 Hernán Cortés recuperó su antiguo derecho y, por fin, el 30 de mayo de 1536, la encomienda volvió a Juan Gutiérrez Altamirano, cuyos descendientes serían los famosos condes de Santiago Calimaya.
El encomendero estaba obligado a ver por la institución religiosa, pagaba una parte del tributo que se le entregaba a los frailes franciscanos, quienes desde 1524 vivían entre los calimayenses y tepemaxalquenses.
En un principio lo más probable es que hubiese tres señores caciques porque en el periodo prehispánico había tres comunidades con tlatoani: Calimaya, Tepemaxalco y Mexicaltzingo. En 1549 se introdujo el sistema político de cabildos en los pueblos de indios. En Calimaya y Tepemaxalco el funcionamiento formal de los cabildos data de 1560, fecha en la que se congregaron los pueblos y en la que se empezó a llamar "República de Indios" a ese sistema político territorial de cabeceras, barrios y pueblos sujetos.
En 1560 al llevarse a cabo la congregación de Calimaya y Tepemaxalco, el virrey de la Nueva España ordenó que se organizaran las dos repúblicas de indios con cabildo y territorio cada una, pero conviviendo en el mismo pueblo. Como el territorio de Calimaya y Tepemaxalco era muy grande, los mejores terrenos de los pueblos quedaron vacíos. Por eso el virrey ordenó, también en 1560, que para salvaguardar las tierras de Calimaya y Tepemaxalco se fundaran cinco pueblos: Mexicaltzingo, Chapultepec, San Antonio la Isla, Santa María Nativitas y San Andrés Ocotlán. Cada uno de ellos tendría autoridades locales, subordinadas a las cabeceras, y estaría formado por 50 casas de indios comunes o macehuales. Por su importancia en la región a Calimaya se le asignó día para el tianguis semanal, que desde 1560 empezó a funcionar los jueves, oficialmente.
Los santos patronos y sus iglesias se aceptaron porque se brindó la oportunidad de continuar organizados en la vida social y religiosa como se hacía en la época prehispánica, es decir, alrededor de las deidades particulares de cada barrio. Dentro de lo que perduró están el barrio, que seguiría siendo la célula básica de organización y la religión, el eje del universo calimayense.
Las labores del campo se delegaban a los hombres, principalmente, aunque ellos siempre contaban con la ayuda de los demás miembros de la familia, inclusive de las mujeres, en las faenas más pesadas. El sistema de ayuda recíproca entre diferentes miembros de un barrio podía realizarse gracias a las diferencias en las altitudes de los terrenos. En los siglos XVI y XVII, la "??coa"? se usó como instrumento de trabajo y en las zonas lacustres donde habitaban los indios de origen mexicano también se usó el sistema intensivo de chinampa.
En el siglo XVII ya funcionaban en el Valle de Toluca las haciendas de Atenco, Cuauhtenco y Almoloya, y en los ranchos de Tepemaxalco o Las Trojes Zasacuala, San Agustín, San Nicolás y Santiaguito, todas propiedades del condado de Santiago Calimaya.
El periodo que transcurrió entre los años de 1640 a 1740, en principio fue un tiempo de expansión de los ranchos y haciendas de españoles y caciques. Se tiene noticia en el archivo parroquial de que, al comenzar el siglo XVIII, había, sin contar las propiedades del condado de Santiago Calimaya, los siguientes ranchos y haciendas: en la parte norte del territorio, la hacienda de Zacango, perteneciente a la familia Martínez; al oriente, el rancho de la familia Rojas, y el de don Bartolomé, en Chapultepec; al sur, los de las familias Gómez y López. Estas cinco propiedades se habían heredado a 13 descendientes de los anteriores dueños, y aunque con la herencia se habían fraccionado las extensiones territoriales, los nuevos propietarios hicieron hasta lo imposible por acrecentar, a costa de las tierras comunales de los calimayenses, sus ranchos y haciendas.
El nieto de Juan Gutiérrez Altamirano contrajo matrimonio con una nieta del virrey Luis de Velasco, y, en 1616, logró que las autoridades españolas lo convirtieran en noble. A partir de ese momento, el encomendero se convirtió en conde de Santiago Calimaya, y, por si fueran pocas las gracias obtenidas, también logró que la encomienda de Calimaya, Tepemaxalco y sus pueblos sujetos se convirtiera en perpetua
Cada barrio, pueblo y estancia tenían un santo que lo representaba ante el mundo externo y lo cohesionaba internamente y de manera particular a sus pobladores. Alrededor del santo patrón, las familias organizaban una gran cantidad de actividades: limpieza y atención de la imagen religiosa, festejos, procesiones, visitas a otras iglesias cercanas y santuarios.
Las fiestas del santo tenían un gran valor cultural, y de allí el esmero porque fueran cada vez más lucidas. Incluían danzas, vestimentas, música, representaciones en lengua indígena, platillos típicos en las comidas y todo aquello que no era de uso diario, pero que representaba la íntima forma de ser.
La ocupación de las tierras de Calimaya y Tepemaxalco por rancheros y hacendados, hasta ese momento de la historia, se había dado en tres etapas: la primera arrancó en la segunda mitad del siglo XVI y estuvo representaba prioritariamente por los encomenderos, quienes, al título diferente de su encomienda, habían hecho crecer varias de sus propiedades dentro de los límites de los pueblos; la segunda fase que estuvo representaba por los rancheros y hacendados que adquirieron sus terrenos en las últimas décadas del siglo XVII y en las primeras del siglo XVIII; y la última, por los criollos y españoles, "vecinos del comercio", que iniciaron la compra de tierras cuando el régimen colonial estaba llegando a su fin.
En 1809, el apellido Altamirano se perdió por falta de descendientes varones en el vínculo de Santiago - Calimaya; de aquí que los últimos condes se apellidaran Cervantes. El penúltimo de ellos, llamado José María, se vió obligado a renunciar en favor de su primogénito, don José Juan de Cervantes Michaus, el título de Santiago Calimaya, al de ade lantado perpetuo de las islas Filipinas y a los mayorazgos Altamirano, Legaspi y Arévalo.
Cuando José Juan de Cervantes era un niño, quedó huérfano de madre, y su abuelo materno, José Angel Michaus, lo educó y se encargó del cuidado de sus bienes, entre los que se encontraban las haciendas del Valle de Toluca. Al consolidarse la Independencia de México, se suprimieron los mayorazgos, de tal manera que las propiedades y bienes económicos de José Juan se conservaron intactos hasta 1874, fecha en la que murió y en la que sus descendientes provocaron el fraccionamiento por derecho de herencia.
Al iniciarse el siglo XIX, los condes de Calimaya se encontraban saliendo adelante de los estragos económicos que el litigio contra los marqueses del Valle y del Real Fisco les ocasionó durante el siglo XVIII. Habían podido recuperar sus propiedades confiscadas.
Entre los años de 1810 a 1821 el poblado de Calimaya se vió alterado por los efectos de la guerra de Independencia. Cosechas arruinadas, alzas de precios impresionantes en los productos agrícolas, la epidemia de 1813 (que alcanzó una mortalidad local mayor incluso a la del año de 1786, fecha que en la historia de México es conocida como "el año del hambre"), serias dificultades para conseguir trabajo en las haciendas, cuyos procesos productivos se veían interrumpidos por la situación de guerra; llegada constante de soldados y rebeldes que además de exigir ayuda y alimento cometían todo tipo de atropellos.
Un hecho interesante que debe registrar la historia local es que el entonces conde de Calimaya, José Cervantes, fue de los firmantes del Acta de la Independencia de nuestro país, aun cuando durante la guerra obtuvo los grados de "Patriota Distinguido de Fernando VII" y de "Coronel de Regimiento de Infantería Provisional de México". Posteriormente se unió a los ideales independentistas de Agustín de Iturbide, debido a que sus intereses también se veían afectados por las dificultades políticas que España estaba viviendo.
Creación del municipio
Desde el siglo XVI el pueblo contaba ya con un cabildo que gobernaba su república indígena y su población era numéricamente suficiente para alcanzar los requisitos que la ley del nuevo Estado de México imponía para que se erigiera en municipio. Por ello, no fue necesario esperar una concesión estatal en este sentido. Calimaya, al nacer el Estado de México, pasó de facto a la categoría de municipio. La "República Indígena" se convirtió en un viejo recuerdo. El germen de la comunidad mestiza que hoy es Calimaya había empezado a dar fruto en aquellos años, y este es el hecho más relevante en la historia de Calimaya entre 1821 y 1856.
El Porfiriato
Calimaya, en alguna medida, determinada por el crecimiento económico del país tuvo durante el porfiriato un ascenso en el nivel de vida de su población y un cambio radical en la fisonomía de sus pueblos, especialmente en la cabecera municipal. El fenómeno que dió la característica a aquella etapa de nuestra historia fue el incremento de la actividad comercial, la arriería, y el desplazamiento temporal de la agricultura como actividad prioritaria de la economía local. Si bien el desarrollo general del país influyó en el auge calimayense, hubo causas de carácter regional que explican con mayor precisión el fenómeno. Al convertirse Toluca en la capital del Estado de México, hubo un incremento paulatino en la demanda interna de productos y, en consecuencia, un aumento en la producción agrícola aledaña con una intensificación paralela a la actividad comercial en la región.
Al respecto, el profesor Alfonso Sánchez, en su libro Don Prisciliano María Díaz González, anota lo siguiente: Calimaya, dicen los viejos del pueblo, era antes de la revolución el último puerto de las arrierías del sur, que trepaban hasta Toluca trayendo sus cargas de cascalote, el paestoso curtiente que impulaba las tenerías; el jitomate y las gordas cebollas; los rugosos cacahuates... en fin, toda la producción que se levantaba de los feraces rumbo de Coatepec de las Harinas hasta Pilcaya y Arcelia y todo lo que es de la caliente tierra de los `pintos´ y las `jaspeaditas´.
También fue durante aquellos años cuando se empezó a incrementar la producción de pulque, tan común era entonces ver a los arrieros caminando por las calles, como lo era ver a su lado a los raspadores de pulque que más tarde serían los causantes de que los calimayenses fueran conocidos regionalmente como "Los mechaleros". Pero el pulque no era la única bebida que se vendía en la localidad, el aguardiente, que recuas pertenecientes a calimayenses traían desde las zonas cañeras de Morelos, era muy consumido.
Es indudable que aquella fue una buena época para Calimaya, quizá, en el orden económico; y los efectos de la bonanza no se hicieron esperar. La mayor parte de las bellas construcciones que todavía se miran en la calle principal de la cabecera datan de aquellos años.
El cambio de la fisonomía de Calimaya y, desde luego, las magníficas relaciones de las élites locales con las autoridades de Toluca, llevaron a que la cabecera del municipio le fuera otorgada la categoría de Villa el 28 de septiembre de 1894; desde entonces adquirió el apellido "Díaz González", en honor de don Prisciliano María. Ese día, el pueblo fue visitado por ilustres personajes, entre ellos destaca el señor Eduardo Villada, gobernador interino, y el hijo del poeta Juan de Dios Peza, quien leyó un discurso, en nombre de su padre, a la hora del banquete que se sirvió en la antigua casa cural.
En 1897 se inauguró el ferrocarril de Toluca a Tenango, que para 1899, recorría 24 kilómetros, pasando por Toluca, Metepec, Mexicaltzingo, Calimaya y Tenango.
Posteriormente se realizó una prolongación hasta Atlatlahuca. La construcción se concedió a la compañía Henkel con el derecho de teléfono y telégrafo. Ello significó que Calimaya estuviera entre los primeros municipios del Estado que contaron con teléfono, telégrafo y luz eléctrica. El paso del ferrocarril significó grandes cambios para la vida del municipio. La actividad comercial aumentó considerablemente en la última década del siglo pasado y en la primera del presente.
En los años anteriores a 1910, las contradicciones de la economía porfiriana se empezaron a manifestar en una crisis cuyos efectos se padecieron en todos los rincones y por todos los campos sociales del país. Esto, aunado a los problemas que el ferrocarril a Tenango trajo al comercio calimayense, hicieron que las desigualdades sociales de nuestro pueblo empezaran a expresarse en un tono notorio de violencia; sin embargo, al iniciar 1910, nadie parecía sospechar en Calimaya que en el mes de noviembre el país empezaría la guerra civil.
Según relata en su diario don Manuel de la Serna, "??la primera parte de aquel año estuvo repleta de acontecimientos significativos para nuestra pequeña comunidad. En el orden económico se vivían aún los efectos de la feroz nevada que en 1909 había arruinado las cosechas; aunque, en marzo de 1910, todos estaban atentos al festín que el ayuntamiento daba a los jefes políticos de Tenango del Valle y de Toluca por la ayuda que habían dado para dotar de agua a varios poblados de la comunidad"?.
En síntesis, aunque el calimayense no tuvo una participación importante en el movimiento revolucionario, Calimaya, al igual que los poblados mexicanos, años de verdadera angustia, propiciados por la guerra civil que sacudió al país.
El problema más terrible que vivió Calimaya al despuntar la década siguiente, fue que su efímero desarrollo comercial se truncó por los ade lantos de la tecnología, especialmente la generación del uso del automóvil y la construcción de nuevas carreteras. Cuando el tren a Tenango desapareció y se abrió la carretera a Ixtapan de la Sal, los camiones y automóviles empezaron a surtir lo que demandaban los mercados de Toluca de las tierras del sur. Los arrieros dejaron de existir y la distancia que había de la nueva carretera a la cabecera municipal ocasionó que nadie más visitara Calimaya, ni siquiera para tomar un refresco o deleitarse con el paisaje.
Una de las medidas políticas que vino a amainar un poco la crisis económica y social, fue el reparto agrario que se efectuó con las tierras de las haciendas comarcanas. El 4 de octubre de 1930 el gobernador del Estado de México, con aprobación de la Presidencia de la República, dio resolución a las demandas de Zaragoza dotando a este poblado con terrenos de la hacienda del Veladero. Era una superficie de 1,362 hectáreas divididas de la siguiente manera: 98 hectáreas de temporal de primera y 1,362 de monte.
San Francisco Putla también recibió terrenos del Veladero, pero se le negó la restitución de bienes comunales porque no tenían títulos antiguos. Santa María Nativitas obtuvo 500 hectáreas de tierras ejidales de la hacienda de Zacango, pero también se le negó la tierra comunal por las mismas razones que a Putla. San Andrés Ocotlán recibió terrenos ejidales del rancho del Mesón y de la hacienda de la Esperanza. Los de la Huerta recibieron terrenos ejidales del Veladero y se les negó el derecho, por falta de legitimidad, de tierra comunal. San Bartolito recibió su ejido de la hacienda de Atenco, y San Marcos y San Lorenzo se quedaron sólo con su propiedad privada.
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